Criar a un hijo
La cuestión de la parentalidad
está ligada a posibilitar que el hijo pueda devenir sujeto
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Puede ser que muchos padres
busquen un consejo de qué hacer con los hijos. Recuerdo
una mamá que contó que en un libro decía
que debía dejar llorando a su bebé cinco minutos
la primera vez, luego diez y así hasta que aprendiera a
dormir solito.
Puede ser que le haya servido
en esa circunstancia, pero ser padres con manual, habla de padres
que tienen interceptada la brújula interna, la conexión
entre mente y afecto, que es la única guía verdadera.
La crianza de un hijo, implica
desde mi punto de vista, crear un clima y condiciones suficientemente
favorables, para que pueda desarrollar su subjetividad, es decir,
llegar a sentirse dueño de su vida y su futuro, pudiendo
al mismo tiempo ser responsable del cuidado de si mismo.
No hay nada sentido como tan
natural y sin embargo tan difícil como criar a un hijo.
En nuestra cultura se le da muy poco lugar a la ternura y es uno
de los ingredientes básicos de una buena relación.
Sin embargo, muchas veces se
confunde la enseñanza de las reglas del buen comportamiento
y la incorporación de conocimientos (educación formal)
con una crianza que favorezca el desarrollo pleno de la subjetividad.y
la posibilidad de sentir y expresar afecto.
Dicho de un modo más
sencillo, lo importante es que se posibilite la adquisición
de uno de los logros fundamentales para la existencia: el desarrollo
de la propia identidad; junto con la confianza en uno mismo y
el deseo propio.
Educar solo pensando en lo
mental y lo correcto, arma personas compulsivas, educar pensando
en la ternura estimula el deseo de querer conocer, eso estimula
el estudio, promueve sentirse querido por los padres y así
se genera el deseo de querer sentirse bien y por eso poder llegar
a querer cuidarse a sí mismo.
Hay que entender que la vitalidad
no se genera por imposición “de lo que se debe hacer”,
sino por la vivencia de placer, de ternura y del compartir. Estos
elementos permiten poder crecer como persona y tener un proyecto
propio, ponen en marcha las herramientas internas.
Pero estas herramientas no
son dadas por los padres, cada uno las tiene de modo potencial,
como las semillas de una planta que deben ser regadas para que
germinen y crezcan. Los padres pueden facilitar el desarrollo
de dichas herramientas, con un entorno suficientemente propicio,
captando la singularidad de cada uno.
Se podría pensar en dos
concepciones acerca de qué es criar un hijo:
Dar herramientas para que poder arreglarse
en la vida, ofrecer educación y capacitación.
Favorecer el desarrollo de un potencial
con el que todos nacemos a partir de generar condiciones propicias.
Esta postura desde su misma formulación implica una confianza
en la posibilidad del hijo.
Ahora bien, dado
que las concepciones no son excluyentes es necesario aclarar el
modo en que podrían articularse. En primer lugar debería
decirse que entre a y b hay una diferencia de importancia, en tanto
(b) posibilita la estructuración del ser, condición
de posibilidad de la emergencia del Yo autónomo. Es a partir
de este desarrollo que el hijo puede aprovechar lo que los padres
le ofrecen como educación formal (a), esto es en un momento
posterior. Por ejemplo, la formación escolar es muy importante,
pero cuando un niño no se siente bien con él mismo,
no la puede aprovechar.
Para precisar el
tema, habría que diferenciar la capacitación y la
formación de un individuo, que son imprescindibles en el
mundo actual, del desarrollo del ser, que es previo y básico
y se va construyendo a lo largo de la vida, pues los cimientos son
muy tempranos y si estos fallan, surgen síntomas e inhibiciones
en las etapas posteriores.
Podríamos
interrogarnos, ¿Cómo se favorece el desarrollo de
la propia potencialidad?
Se trata de que los padres puedan construir un espacio tierno (esto
no quiere decir sin límites), donde transmitan confianza
en las posibilidades del hijo y que no le quieran evitar experiencias,
no tratarlo como “pobrecito, no puede”. Sí, capacitarlo
para discernir, escuchar sus opiniones, no imponer.
Cuando los padres no pueden es porque ellos mismos tienen alguna
dificultad con ese hijo, quizás ellos mismos no se sienten
con recursos internos.
Recuerdo una familia
que se caracterizaba por su desesperanza, esto traía aparejado
que nunca pudieran sostener proyectos, aunque ellos no relacionaban
la desesperanza con esta imposibilidad. Sin darse cuenta, trasmitían
a sus hijos una desconfianza en las motivaciones personales.
La tarea de ser
padres tiene que ver con involucrarse emocionalmente con ese hijo,
tener empatía, adaptarse a sus necesidades y sus tiempos
(esto no significa aguantar cualquier cosa), tener autoridad para
marcar un rumbo, y respetar la autoridad del niño que va
experimentando, hasta que poco a poco, pueda comenzar a decidir
el suyo. Primero lo hará con su cuerpo y sus juguetes y luego
se irá ampliando su radio de acción. Las dificultades
surgen cuando los adultos encargados de la crianza de los niños
no tienen muy claras sus propias ideas por sus vivencias infantiles
(ver capítulo de Patología).
Jugar y tener
juguetes
Un modo posible de
ilustrar esto puede encontrarse en la relación con los juguetes
generada por los padres. La elección que hacen los adultos
puede estar influida por una “teoría mental”
de que estimular a sus hijos es proveerlos de objetos y que esto
de por sí es positivo. En este caso, le compran juguetes
con luces, a control remoto, y otros que quizás no están
en condiciones de manejar aún y finalmente no pueden jugar
porque corren peligro de romperse o los exceden (no tienen la fuerza
suficiente para darles cuerda). Esto sobreestimula excitando, pero
no aporta necesariamente una adquisición interna. Todo lo
contrario, puede hacerlo sentir torpe e inseguro, porque es común
que un niño pequeño rompa sus juguetes o que los juguetes
mecánicos fallen. En muchas oportunidades ocurre que los
padres se enojan con el niño o entre ellos por haber roto
el “costoso juguete”, creen que el niño desvaloriza
el esfuerzo paterno. No es así, el tema no pasa por la valoración
o no, sino por la necesaria exploración del mundo. Estos
padres terminan involuntariamente por apropiarse de un área
que le pertenece al menor, adueñándose de sus juguetes,
del juego, anulando entonces el espacio de creatividad personal
del hijo.
En cambio, un niño
que explora los objetos, que maneja lo que lo rodea, puede comenzar
a organizar un juego y así desarrollar su imaginación.
Lo importante no son tanto los juguetes en sí, sino el desarrollo
de un espacio de creatividad, en el que estos objetos no son más
que un medio.
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